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jueves, 28 de marzo de 2024 | Última actualización: 21:00

Testigo de la verdad

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Casimiro López Llorente. Obispo de Segorbe-Castellón

Este domingo, la Iglesia celebra la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo. Jesús mismo se declara rey ante Pilatos. “Tú lo dices, yo soy rey”, responde Jesús a Pilatos; “pero mi reino no es de este mundo”, le aclara (cf. Jn 18, 36-37). El reino de Jesús, en efecto, nada tiene que ver con los reinos y poderes de este mundo. No tiene ejército ni policía, no dispone de fuerza coactiva. Jesús no pretende imponer su autoridad por la fuerza, sino que usa la palabra y la adhesión de corazón. Jesús vino a liberar a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la mentira, para reconciliarnos con Dios y con nuestros semejantes. Con su muerte y resurrección, Jesús ha instaurado ya el Reino de Dios. Este Reino está ya presente y actúa en este mundo, y llegará a su plenitud al final de los tiempos, cuando Dios será “todo en todos” (1 Co 15, 28).

Jesús ha venido al mundo para ser testigo de la verdad (Jn 18, 37). La verdad que testimonió es que Dios es Amor, y que Dios crea todo por amor para darnos parte en su misma Vida y seamos eternamente felices con Él. Su amor es tal que nunca abandona al ser humano, tampoco en tiempos de pandemia. Esta es la verdad de Dios, del hombre y del mundo, que es fuente de esperanza. De ella dio pleno testimonio Jesús con el sacrificio de su vida en la Cruz: muriendo destruyó el pecado y la muerte, y, resucitando, instauró definitivamente el Reino de Dios.

Todos estamos invitados a participar de este Reino. El camino es acoger libremente la verdad del amor de Dios. Y el amor y la verdad no se imponen jamás: llaman a la puerta del corazón y de la mente y, donde pueden entrar, infunden paz, alegría y esperanza.

Acoger y confesar en tiempos de relativismo la verdad que Cristo nos ofrece, es objeto de incomprensión o de burla escéptica, como ocurrió con Pilatos. Además la verdad no siempre es cómoda. Por ello hay quien busca someter la verdad a la ‘verdad oficial’. El totalitarismo, dijo san Juan Pablo II “nace de la negación de la verdad en sentido objetivo”. Se manipula la verdad con el fin de lograr e imponer el poder. Y así el fraude, la corrupción, la mentira, el aborto o la eutanasia, y muchas otras formas injus­tas de tratar al ser humano y no reconocer su dignidad sagrada, dejan de reconocerse como males. La manipulación de la verdad mantiene a los hombres en la esclavitud, bajo la apariencia de libertad. Cristo abre ante nosotros un nuevo horizonte de libertad. Sólo él puede librarnos de toda forma de tira­nía.