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miércoles, 24 de abril de 2024 | Última actualización: 00:11

La paz, don y tarea

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oda persona de bien y de buena voluntad desea la paz. Sin embargo, una y otra vez constatamos a nuestro alrededor y en el mundo el rencor y el odio, la violencia verbal y física, el afán de dominar al otro -persona, grupo o pueblo-, o incluso de eliminarlo físicamente recurriendo a las armas.
La violencia, el terrorismo y las guerras son una triste y lacerante realidad en nuestro mundo. Lo vemos cada día en los medios de comunicación. El papa Francisco se ha atrevido a hablar de una tercera guerra mundial a plazos. Cerca de nosotros sufrimos desde hace más de año y medio la guerra en Ucrania, iniciada por la injusta agresión de Rusia; y hace un par de semanas estallaba la guerra en Tierra Santa, provocada esta vez por la acción terrorista, e inhumana de Hamás contra Israel.
Es fácil dejarse llevar por el pesimismo. Ante la tentación de considerar la paz como una utopía inalcanzable, hay que afirmar que la paz es posible, necesaria y apremiante.
La primera acción en favor de la paz es la oración confiada e insistente a Dios por la paz. La paz es un don del amor de Dios. Jesús, el Príncipe de la Paz, es quien puede dar la auténtica paz. Esta paz es mucho más que la paz externa, social o política o la simple ausencia de conflictos. Para ser plenamente humana, la paz comienza en el corazón de cada persona. Nace de la reconciliación con Dios, con uno mismo, con las personas, con la sociedad y entre los pueblos. Una paz así se nos escapa si no abrimos nuestro corazón a Dios y a su perdón en Jesucristo, que nos manda perdonar incluso a nuestros enemigos.
La paz es a la vez tarea de todos. Ha de ser construida día a día con la implicación de todos. La paz no es la mera ausencia de guerras ni el equilibrio de las fuerzas adversarias ni el fruto de una dominación despótica. El Papa Juan XXIII, en su encíclica Pacem in terris, señaló que los cuatro pilares sobre los que construye la paz auténtica son la verdad, la justicia, el amor y la libertad, y que tiene su corazón en el respeto a toda persona humana.
Hemos de promover la verdad, para ser rectos y honrados en el pensamiento y en la acción. A la verdad ha de unirse el compromiso por la justicia que pide el respeto exquisito de la dignidad, la vida, los derechos inviolables y la libertad de todo ser humano. Pero no se puede construir la paz en el mundo sin amor sincero hacia todos. La justicia por sí sola no podrá asegurar la paz. La verdadera paz florece cuando en el corazón se vence el egoísmo y el afán de poder y de tener.