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martes, 16 de abril de 2024 | Última actualización: 22:07

Pastores misioneros

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

​Por san José celebramos el Día del Seminario; este año será el domingo, 22 de marzo. El Seminario es el corazón de nuestra Iglesia diocesana, donde germinan las semillas de las vocaciones al sacerdocio ordenado y se forman los futuros pastores misioneros –como reza el lema de este año- de nuestras comunidades. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, no hay Iglesia, ni comunidad cristiana como tampoco servidores del resto de los cristianos, que salen y alientan a salir a la misión del anuncio el Evangelio.

​Todos los diocesanos debemos sentir el Seminario como algo nuestro, quererlo y apoyarlo, también económicamente. Las comunidades cristianas quieren contar con un buen sacerdote. Su renuevo, sin embargo, es cada día más difícil por la escasez de vocaciones, que genera tristeza. Sin embargo no nos podemos quedar en la queja inútil; es la hora de la fe y de la confianza en el Señor que nos llama a seguir echando las redes en la tarea de la pastoral vocacional; ésta pide una implicación activa y gozosa de todos.

Con este fin es necesaria una oración personal y comunitaria más intensa a Dios, ‘el Dueño de la mies, para que envíe obreros a su mies’. Toda vocación es un don gratuito de Dios para su Iglesia y para la humanidad, que hemos de saber pedir con humildad, pero con insistencia, a lo largo de todo el año. La oración ha de ir acompañada de obras. Entre todos hemos de crear un clima vocacional propicio para la escucha y acogida de la llamada de Dios. La vocación nace de un encuentro con el Señor; por ello son necesarias familias y comunidades cristianas vivas y fervorosas, capaces de suscitar en los más jóvenes ese encuentro con Cristo que les entusiasme, enamore y provoque su entrega incondicional. La principal manera de ayudar a un niño, adolescente o joven a discernir la vocación es ayudarle y acompañarle a llevar una vida de oración profunda y constante para que su corazón esté abierto a la llamada amorosa del Señor. Esto requiere espacios de soledad y silencio, para tomar esa decisión tan personal. A pesar del ruido que nos envuelve, los jóvenes son sensibles a momentos de silencio y de encuentro personal con Cristo, vividos en comunidad, que hacen posible que se escuche la voz interior de Aquel que nos llama siempre.

Quien se abre al amor de Dios no se encierra en sí mismo, sino que se deja llenar de Dios para consagrarse a Él y para entregar su vida para los demás. En estos tiempos de sombras, Dios quiere seguir haciendo brillar su Rostro lleno de amor por los hombres y mujeres de esta generación y hacer oír su voz que es luz y vida. Los sacerdotes son hoy más necesarios que nunca.