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jueves, 25 de abril de 2024 | Última actualización: 21:31

Oración, ayuno y limosna

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La Cuaresma es un tiempo de gracia y de salvación, que nos prepara para la Pascua. Este tiempo nos llama a renovar nuestra fe y vida cristiana, a saciar nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y a recibir con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos y hermanas en Cristo. En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo.

Dios es misericordia. En su Hijo Jesucristo, Dios sale a nuestro encuentro, se hace cercano a todos y nos reconcilia consigo, con nosotros mismos, con el prójimo y con toda la creación. En la persona de Cristo, Dios no deja de llamarnos e invitarnos a recuperar o intensificar la amistad con Él. Tan sólo tenemos que responder a sus invitaciones y abrirle nuestro corazón, para recuperar nuestra amistad con Dios, ser perdonados, reconciliados y sanados.

El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son los medios que nos propone la Iglesia para intensificar la vida del espíritu en este tiempo cuaresmal y que nos preparan para el encuentro salvador con Dios. Son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. Ese triple ejercicio nos ayuda a que el paso de Dios por nuestras vidas en la cuaresma no sea en vano.

La oración cristiana es estar y hablar con Dios. Como dice Sta. Teresa de Jesús, la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Quien está a solas con Dios, se deja hablar e interpelar por Él. Dios nos habla de muchas maneras, pero de modo especial por su Hijo, Jesús, que es la Palabra encarnada, y por su Palabra escrita, contenida en la Sagrada Escritura que nos llega en la tradición viva de la Iglesia. La oración personal es una práctica vital para la vida espiritual. Si falta la oración, la muerte del alma está asegurada.

Durante el tiempo cuaresmal se nos pide ayunar no sólo de alimentos, sino también de todo aquello que dificulta nuestra apertura a Dios y al hermano necesitado y engorda el egoísmo; hemos de ayunar de todo aquello que favorece los vicios, las ataduras a las cosas y el egocentrismo; en definitiva, de todo aquello que mata nuestro amor a Dios y a los hermanos.

Finalmente, el Señor nos pide el ejercicio de la limosna, que se expresa en gestos de amor hacia el hombre herido y en obras de caridad hacia los más necesitados de cerca o de lejos. Necesitamos aligerar nuestras mochilas para recorrer con presteza el itinerario cuaresmal. Así llegaremos llenos de alegría a la meta de la Pascua.