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jueves, 28 de marzo de 2024 | Última actualización: 16:48

La familia cristiana, 'Iglesia doméstica'

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Casimiro López Llorente. Obispo de la Diocésis Segorbe-Castellón.

El domingo después de la Navidad celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia y, por esta razón, también la Jornada de la familia. En efecto: fue en el seno de una familia, la Familia de Nazaret, formada por José, María y Jesús, donde fue acogido con gozo, donde nació pobre y humilde, donde creció y se educó Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre, obediente a Dios, y a María y José.

La Sagrada Familia es un hogar en que cada uno de sus integrantes vive el designio amoroso de Dios para con cada uno de ellos: José vive la llamada de Dios a ser esposo y padre; María, la de esposa y madre; y Jesús, Hijo de Dios, su llamada y misión de enviado para salvar a los hombres. En este hogar es donde Jesús pudo educarse y formarse para la misión recibida de Dios. La Sagrada Familia es una escuela de amor y de acogida recíprocos, de diálogo y de comprensión mutua; la sagrada Familia es una escuela de oración y apertura a Dios, el fundamento de
su vida cotidiana.

La Sagrada Familia es el modelo donde los cristianos y las familias cristianas pueden encontrar la luz para vivir de acuerdo con la vocación que han recibido. El mejor servicio que podemos hacer hoy a la familia cristiana es ayudarle a recuperar y potenciar su original sentido natural y cristiano. Necesitamos que la familia cristiana descubra su ser y misión. Su ser está descrito en la expresión 'iglesia doméstica’, como la llama el Concilio Vaticano II (LG 11),
o una iglesia en pequeño, como decía San Juan Crisóstomo;  y su misión es la misma misión de la Iglesia: el anuncio de la Palabra, la celebración de la fe y el servicio de la caridad.

La familia cristiana es una comunidad de fe, esperanza y amor; una comunidad donde se comparte, se ama, se trabaja, se crea esperanza, se vive y se transmite la fe. La familia comparte con Dios creador la obra de procrear y educar a los hijos. La familia cristiana, formada por los padres e hijos, hermanos y abuelos, es una ‘iglesia doméstica’. En ella se vive la comunión de personas, al igual que Dios Trino y la Iglesia, y se vive el amor porque por encima de todo se sabe perdonar y entregarse desinteresadamente por el otro. Se comparten penas (enfermedades, carencias) y alegrías (salud, cumpleaños, trabajo), el dinero ganado para el sustento de la misma, la vivienda y las
vacaciones. Se comprenden las dificultades, las limitaciones y los esfuerzos de sus miembros; se convive dialogando, comiendo o saliendo juntos.

La familia cristiana escucha la Palabra de Dios, sus miembros oran juntos y juntos participan en la Eucaristía los domingos en su comunidad parroquial, ‘familia de familias’. En la familia se aprende a rezar en los momentos de alegría y de dificultad.

Al igual que Jesús y la Iglesia, la familia cristiana tiene la misión de anunciar la Buena Nueva: en primer lugar, a sus hijos y a miembros, y luego a los que están en su entorno y más allá; por eso la familia cristiana también es misionera porque siente el deseo anunciar el Evangelio y transmitir el amor de Dios a otras personas; y se pone al servicio de la caridad, especialmente hacia los más necesitados. Es inquieta y dinámica cuando el Espíritu de Dios vive en la familia, porque la anima e impulsa a preocuparse por las demás familias, no se queda ni se cierra en sí misma. Es testimonio de vida con la palabra y el ejemplo.

“Familia: sé lo que eres”, recordó Juan Pablo II a la familia cristiana: es decir, una comunidad de vida y amor, una escuela de comunión, una iglesia doméstica. La familia cristiana tiene la misión de acoger, vivir, revelar y comunicar el amor, reflejo vivo y participación real del amor de Dios hacia la humanidad, manifestado en el Nino Dios, que nos nace en Belén. Esta misión comienza en primer lugar con el ser de la familia, con la comunión de las personas, con el don y la acogida gozosa de la vida y la educación de los hijos, continúa ayudando a sus miembros en la acogida de la vocación, que cada uno recibe de Dios, y se extiende en su apostolado hacía otras familias y en su  influjo sobre la sociedad mediante la irradiación de su amor.

Que en esta Navidad, nuestras familias cristianas comprendan que, a pesar de las dificultades y problemas de la vida, lo único que la salva  acoger el plan de Dios y vivir la armonía y la paz del hogar. Luchardía a día dará su fruto y tendrá su premio.