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jueves, 28 de marzo de 2024 | Última actualización: 12:33

Debates de investidura

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Los debates que se han venido desarrollando en la última semana de septiembre tenían de antemano un claro handicap: el que todos conocíamos el desenlace. Era como ir a ver una película de misterio de la que ya nos han contado que el asesino es el mayordomo. Creer que alguno de los diputados socialistas iba a romper la disciplina de voto basándose en principios y criterios morales conllevaba ignorar que Sánchez había colocado a los 122 diputados entre los políticos más seguros y fieles de su entorno. Y esperar que alguno de los grupos independentistas o comunistas se pasaran al PP -los votos de Bildu, como diría Feijóo, no los quiere, se los regala a Sánchez- es olvidar que estos grupos con nadie estarán mejor que con Sánchez; nadie les permitirá acercarse más a la Amnistía, a un nuevo Referéndum, a un pacto fiscal que condone la escandalosa deuda de 450.000 millones de euros de Cataluña a la Hacienda española.

Seguro que muchos dudábamos de si debíamos o no debíamos conectar la televisión y seguir los debates que, nos temíamos, iban a ser un ejercicio de masoquismo en que el candidato Feijóo iba a recibir andanadas desde todos los flancos y salir escaldado, si no derrotado como líder de la derecha.

Craso error. El largo discurso inicial del candidato fue una pieza oratoria excelente, en que mostró los principios que animan al partido y los seis pactos -institucional, económico, de familia, educación, sanidad y defensa del agua- que aplicaría para una buena gobernación del pías. Uno de los grandes discursos que hemos oído en las Cortes desde el comienzo de la democracia.

Muy superior fue todavía Feijóo en las réplicas dadas tanto a Vox -una respuesta muy equilibrada si la contrastamos con la que Casado propinó en la moción de censura, que fue el comienzo del fin de su carrera política- como las dadas a Puente, a Lois, Rufián, Nogueras, Esteban, Aizpurua y otros.

Hace falta mucha templanza para evitar responder a un tipejo como Puente -sacado por Sánchez del "gallinero" del Congreso para intentar humillar al candidato- sin perder las formas. Feijóo supo hacerlo con serenidad insistiendo en la cobardía del presidente en funciones que durante la campaña reclamaba seis debates y ahora se ocultaba tras el móvil. La expresión de Sánchez durante las largas horas que duraron los debates, fue un claro reflejo de ausencia, de necedad, de falta de respeto al parlamento.

A Junts y a ERC les hizo notar que Cataluña está hoy mucho peor en todos los sentidos -económico, educación, sanidad, turismo, seguridad- que hace cinco años y que lo único que ha mejorado son las relaciones de Sánchez y ERC.

Respecto a los representantes de PNV y Bildu dijo respetar al primero pero no al segundo aunque auguró que al ritmo que vamos, pronto los filoterroristas dominarán el territorio vasco.

Siguiendo el ejemplo de Sánchez, la señora Diaz, se abstuvo de debatir con el candidato procurando mostrar la misma expresión de aburrimiento y desprecio que su aliado. Cedió los trastos a la portavoz de su partido, una tal Marta Lois que por cierto ocupaba el escaño contiguo a mi colega, el embajador en la ONU, Agustin Santos que tanto revuelo armó al saltar a la política pero que ahora está en letargo; quizá hasta que le llegue su hora.

Feijóo estuvo a la vez profundo, imaginativo, irónico y divertido. Entró en el debate como un líder dudoso, con riesgo de provisionalidad pero ha salido mucho más fuerte que Sánchez pese a haber sido derrotado por el margen previsto (172 contra 178), un resultado que se ha repetido casi matemáticamente 48 horas más tarde.

En la presente coyuntura hubiera sido preferible para España la victoria de la derecha, pero posiblemente sea mejor estar en la oposición dignamente que estar en un gobierno que va a tener que pagar deudas descomunales a una veintena de partidos con una guinda estratosférica para el delincuente Puigdemont.