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jueves, 28 de marzo de 2024 | Última actualización: 12:12

Pascual Baylón, un santo siempre actual

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Casimiro López Llorente. Obispo de la Diocésis Segorbe-Castellón

Hace poco más de un año, el papa Francisco nos recordaba en su exhortación Gaudete et exúltate (Alegraos y regocijaos) que todos estamos llamados a la santidad, es decir, a la perfección de la caridad. A la vez nos exhortaba a caminar por esta senda ofreciendo la propia vida por amor a Dios y al prójimo, en las tareas ordinarias y sencillas de cada día. Los santos que nos han precedido y siguen unidos a nosotros nos alientan a no detenernos en el camino y nos estimulan a seguir caminando hacia la meta. Hoy me vienen a la memoria estas palabras del Papa, al disponernos a celebrar el próximo día 17 de mayo la fiesta de San Pascual Baylón, Patrono de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón y de la Ciudad de Vila-real.

Recordemos que Pascual nace en Torrehermosa (1540) y muere en Vila-real (1592). Hijo de una humilde familia aragonesa, a los siete años ya es pastorcito. Gran devoto de la Virgen y de la Eucaristía, cuando no puede asistir a Misa, se arrodilla en el campo y ora con la mirada fija en el lejano santuario de Ntra. Sra. de la Sierra, donde se celebra el santo Sacrificio. A los dieciocho años pide ser admitido en la Orden de los Frailes Menores. Años más tarde entra en el convento de Nuestra Señora de Loreto, fundado por los frailes reformados de San Pedro de Alcántara en Orito, para pasar en 1589 al convento de los frailes alcantarinos en Vila-real, donde se encargó de tareas como portero, limosnero o cuidador de la huerta. Pascual fue un excepcional hombre de Dios y por ello un excepcional amigo y servidor de los hombres. Fue generoso y sufrido, paciente y alegre, siempre dispuesto a cumplir sus deberes con diligencia y con bondad, con misericordia con un amor sin límites hacía los más pobres. En la fe y amor a Jesucristo, cultivado y alimentado diariamente en la oración y la Eucaristía, y en su amor a la Virgen se encuentra la raíz de su amor desinteresado hacia el prójimo.

La vida y el legado de Pascual permanecen siempre actuales. Son de destacar sobre todo sus virtudes de humildad, de fe y de confianza en Dios, su devoción a la Virgen María, y su amor a la Eucaristía, manantial permanente del amor a Dios y de amor a los hermanos, en especial a los pobres, a los necesitados, a los mendigos. En Pascual apreciamos la santidad vivida día a día de aquel humilde fraile, devoto de Dios y amigo de los hombres; nos muestra que se puede llegar a ser grande, que se puede llegar a la perfección del amor, dedicándose a la tarea del pastoreo y a los oficios más sencillos de la casa. Es el servicio humilde el que brilla en su vida: todo un ejemplo y un mensaje para nosotros.

Los santos como Pascual nunca pierden actualidad y nos interpelan en el presente. Sus biografías reflejan modelos de vida válidos para todo cristiano; ellos vivieron su condición de bautizados, se dejaron modelar por Cristo y conformaron su vida al Evangelio. Los santos como Pascual fueron así testigos concretos de la Buena Noticia de Dios en Jesucristo en su tiempo y lo siguen siendo hoy; muestran que es posible vivir la vocación cristiana a la perfección del amor. Son extraordinariamente humanos, precisamente porque son hombres de Dios y seguidores de Cristo. En ellos, el Señor resucitado muestra en el corazón de la Iglesia y en medio del mundo, la extraordinaria fuerza de la Vida nueva, que brota de la resurrección del Señor; una Vida que es capaz de renovar y transformar todo: la existencia de cada persona, las familias y la realidad social. Los santos son los grandes renovadores de la historia, en la Iglesia y en el mundo, y también de su entorno social y cultural. Su vida suele pasar desapercibida. Son humildes y sencillos; su alimento es el encuentro con Dios en la oración, y la unión y la amistad con Cristo, alimentada en la Eucaristía. Su ideal personal es la entrega de su vida a Dios hecha servicio al hermano.

Nuestro tiempo necesita santos como Pascual para crecer en humanidad y en fraternidad. Los necesitan también nuestra Iglesia diocesana para ser una Iglesia de discípulos misioneros de Jesús, servidora de los pobres, fecunda en la evangelización y presencia de la misericordia de Dios en nuestro mundo. Su fuente como en Pascual es la Eucaristía, manantial permanente de amor, de vida y de misión.