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sábado, 20 de abril de 2024 | Última actualización: 22:37

La letra grande y la pequeña

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Enrique Domínguez. Economista.

Estamos acostumbrados, sobre todo con entidades bancarias, a firmar distintos documentos sin leerlos a fondo, unas veces por la premura del momento y otras por fiarnos de nuestro interlocutor; pocas veces posponemos una firma con el argumento de querer leer hasta la última coma de aquello que, tras la firma, nos va a comprometer.

Algo parecido suele pasar con los tratados internacionales y, en este caso con el acuerdo de libre comercio entre la Unión Europea y Canadá (CETA) aprobado el pasado mes de febrero por el Parlamento Europeo y ratificado el 27 de octubre por el Senado español.

Este acuerdo contiene centenares de medidas acordadas entre la Unión Europea y Canadá para eliminar las barreras entre ambos y fija las normas que regirán los futuros intercambios, sus modalidades, sus límites y sus garantías. Y son 1.600 páginas cuyo análisis es complejo y que puede dar lugar a efectos inesperados.

Tiene sus defensores y sus detractores. Para la Comisión Europea “ayudará a generar el crecimiento económico y empleo que tanto se necesitan manteniendo los altos estándares europeos en áreas como seguridad alimentaria, protección del medio ambiente o derechos laborales”.

La eliminación de casi todas las tarifas aduaneras, sobre todo en el sector industrial pero también en agricultura y pesca, permitirá ahorrar bastantes millones a los exportadores europeos.

Para la Cámara de Comercio Canadá-España este acuerdo beneficiará a las empresas valencianas de sectores como los de agroalimentación, maquinaria y equipos, productos químicos, automoción y recambios, entre otros; la cerámica también estaría entre esos sectores.

Los detractores del acuerdo señalan que beneficia a las multinacionales en detrimento de los trabajadores, reduce los estándares de protección del consumidor y del medio ambiente, pone en riesgo los derechos laborales y favorece la privatización de los servicios públicos. Quién dirime los conflictos entre inversores o qué normas alimentarias o fitosanitarias rigen son algunos de los problemas que pueden plantearse.

Pero, ¿es bueno para nuestros sectores económicos este tratado? ¿Puede ayudar a incrementar las exportaciones? En mi opinión es importante que las barreras arancelarias se reduzcan o eliminen, pero también lo es, y mucho más, que las firmas exportadoras tengan la exportación como actividad regular, no esporádica, y que traten de encontrar su nicho de mercado.

Castellón exportó a Canadá en 2016, sobre todo, productos cerámicos (el 49,7% del valor total) y cítricos (el 28,2% del valor total). En los nueve primeros meses de 2017 el valor de los productos cerámicos exportados a Canadá se ha incrementado un 21,3% respecto a igual periodo de 2016, mientras que para el conjunto del sector cerámico al total del mundo el aumento ha sido del 5%.

Si comparamos el precio medio por metro cuadrado vendido a Estados Unidos (2º cliente del sector castellonense) en los nueve primeros meses de 2017 (8,90 €/m2) con el facturado a Canadá (23º cliente de Castellón) en ese mismo periodo (10,29 €/m2) y con la media del total de países a los que se exporta (6,59 €/m2) comprobamos que son dos mercados cuyo precio medio es bastante superior al general pero en los que sigue siendo importante ajustarse a las necesidades de los clientes y, en bastantes casos, el precio final no es lo más relevante y sí puede serlo que su uso, por ejemplo, se adecue a su climatología o a sus gustos.

El Tratado entró en vigor de manera provisional el 21 de septiembre, pero es primordial, que ante cualquier problema del tipo que sea, esa letra pequeña del tratado sea interpretada correctamente. El Tratado puede ser una oportunidad para las empresas serias, para las que exportan con regularidad; el no al Tratado por si acaso, no es lo más justo ¿Qué opinan ustedes?