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viernes, 29 de marzo de 2024 | Última actualización: 21:59

La Eucaristía, el corazón de la parroquia

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Casimiro López Llorente. Obispo de la Diocésis Segorbe-Castellón.

Hemos traspasado ya el ecuador del curso pastoral. Es bueno recordar que para este año en nuestra Iglesia diocesana nos hemos propuesto hacer de la Eucaristía el centro de la vida y de la misión de toda comunidad parroquial y de todo cristiano. Es necesario, por ello, que cada parroquia en su consejo de pastoral, los grupos de sacerdotes de los arciprestazgos y el consejo arciprestal revisen qué lugar está ocupando este objetivo en la vida parroquial y qué acciones se están llevando a cabo. Aún hay tiempo para que nuestra programación diocesana anual no quede en el papel, y pongamos por obra lo que pensemos necesario en orden a dicho objetivo.

Si queremos que nuestras parroquias sean comunidades y que sean comunidades vivas y misioneras, hemos de poner en el centro la Eucaristía y cuidar con sumo esmero su celebración, en especial en el Domingo el día el Señor y de la Eucaristía. La comunidad parroquial nace, crece y se edifica en la Eucaristía. La parroquia es ante todo una comunidad eucarística. La Eucaristía, como nos ha recordado el papa Francisco, es el corazón de la parroquia. La parroquia nace como comunidad en torno a la Eucaristía, que es la fuente constante de su existir, de su vida y de su misión; porque la parroquia es la asamblea de las personas llamadas por el Señor Resucitado en un barrio o un pueblo determinado reunida en torno a su Mesa. Como enseña el Concilio Vaticano II, “no se construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene su raíz y centro en la celebración de la sagrada Eucaristía: por ella, pues, hay que empezar toda la formación para el espíritu de comunidad. Esta celebración, para que sea sincera y cabal, debe conducir lo mismo a las obras de caridad y de mutua ayuda de unos para con otros, que a la acción misional y a las varias formas del testimonio cristiano” (PO 6, e).

Si queremos ser cristianos discípulos misioneros del Señor, esto sólo será posible, entre otras muchas cosas, pero sobre todo, si participamos en la Eucaristía dominical. No nos puede dejar indiferentes a las comunidades parroquiales y a los pastores la alarmante baja participación en la Eucaristía dominical. Por ello hemos de propiciar y trabajar todos sin descanso para que los bautizados valoren o vuelvan a valorar la Eucaristía dominical y sentir su necesidad para vivir la fe, que les lleve a participar en ella de una forma activa, consciente y plena. Con acciones oportunas y posibles, hemos de ayudar a nuestros bautizados a entender y experimentar que es el mismo Señor Jesús quien convoca a la Eucaristía, quien reúne en torno a la Mesa de su Palabra y de su Eucaristía, que es quien se nos da en alimento y quien hace de todos nosotros una comunidad. Es la comunión del Cuerpo del Señor, lo que hace de la parroquia el Cuerpo del Señor, la Iglesia en el barrio o en el pueblo. Es el Señor mismo quien al final de cada Eucaristía nos envía a la misión para ser testigos del Amor de Dios proclamado y celebrado. Como nos ha dicho el papa Francisco, los “cristianos vamos a misa el domingo para encontrar al Señor resucitado, o mejor, para dejarnos encontrar por Él, escuchar su palabra, alimentarnos en su mesa y así convertirnos en Iglesia, es decir, en su Cuerpo místico viviente en el mundo” (Audiencia, 13.12.2017).

El domingo es, sobre todo, “el día de la Eucaristía”. La Eucaristía está ligada al domingo desde los orígenes. La ‘cultura del fin de semana’, sin embargo, va minando en muchos de nuestros fieles el sentido cristiano del domingo. Pero el domingo y la Eucaristía son inseparables. La Iglesia, una comunidad parroquial y un bautizado no pueden vivir sin la Eucaristía dominical. Así lo entendieron, desde la primera hora, los discípulos de Jesús, que celebraron el encuentro eucarístico con el Señor en el primer día de la semana, el día del Señor, porque en ese día Jesús había resucitado de entre los muertos. Así lo entendieron y ratificaron con su sangre en el siglo IV los famosos mártires de Abitinia en el Norte de África. Diocleciano había prohibido reunirse el domingo bajo pena de muerte. Sorprendidos casi cincuenta cristianos en la reunión de la Eucaristía dominical, con valentía dieron testimonio de su fe: “Sin la celebración dominical no podemos vivir”. Es un testimonio que muestra la trascendencia de la celebración de la Eucaristía dominical para todo cristiano y comunidad cristiana; un testimonio que nos interpela a todos hoy y contrasta con nuestras actitudes tibias o la indiferencia de tantos bautizados ante la Eucaristía dominical.