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jueves, 25 de abril de 2024 | Última actualización: 17:32

España invertebrada

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Jorge Fuentes. Embajador de España

España es un gran país, un país notable casi sobresaliente. El primero en donación de órganos, el segundo en longevidad (tras Japón), el segundo con el idioma vehicular más extendido (tras el inglés), el segundo europeo con mayor número de monumentos patrimonio de la humanidad (tras Italia), el segundo en recepción de turistas (tras Francia), una de las veinte democracias más depuradas del mundo (por delante de los Estados Unidos, Francia, Bélgica, Canadá y otros muchos países muy admirados).

Pero España tiene también no poco que corregir: deberá mejorar su estructura económica que sitúa nuestro desempleo entre el doble y cuatro veces por encima de la media de la Unión Europea; deberá reducir el gasto público rebajando el número de 450.000 políticos del país -el doble que Alemania- que a su vez dobla en población y PIB a España; habrá que esforzarse en modular nuestra inflación fiestera que a la vez reduce nuestra productividad; mejorar el nivel educativo y cultural estimulando las buenas lecturas y reduciendo las numerosísimas publicaciones rosa.

Muy especialmente España debe reflexionar -¡y mucho!- sobre aquello que Ortega y Gasset, hace un siglo, llamó la invertebración y que hoy divide nuestro país entre una parte del territorio moderadamente poblada y otra parte que discurre desde Aragón y Valencia hasta Castilla León, en que hay cerca de 1500 localidades sin apenas niños, ni escuelas ni farmacias y, por consiguiente están llamadas a desaparecer como lugares habitados.

Una España rural en gravísima decadencia también por la forma inmisericorde en que funciona el sector agrario que en los últimos cinco lustros ha caído de representar el 20% de nuestro PIB, al 5%, que está arruinando al agricultor hasta el punto de que no obtiene beneficios ni siquiera para cubrir gastos y que no encuentra el menor aliciente al esfuerzo laboral que el sector exige.

Y, por otro lado, se encuentra la franja balear, valenciana, catalana, vasca y gallega, que posee una peligrosísima vocación secesionista que está malogrando el sentido de la unidad patria, la homologación cultural y lingüística que puede llevarnos a pensar que la desvertebración orteguiana se agrava con el paso del tiempo.

Acaso se deba a que ese valor tantas veces evocado de ser el país más antiguo de Europa, con cinco siglos en nuestro haber, antes que reforzar los vínculos que nos unen, empiezan a mostrar síntomas de fatiga que minan las bases de nuestra convivencia.