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sábado, 20 de abril de 2024 | Última actualización: 22:37

Es Adviento

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Casimiro López Llorente. Obispo de la Diocésis Segorbe-Castellón.

Estamos celebrando el tiempo litúrgico de Adviento. Este tiempo mira al pasado, al presente y al futuro. Mira, en primer lugar, al pasado: Jesús, el Mesías anunciado por los profetas y esperado por el pueblo de Israel, ya ha venido en la debilidad de nuestra carne; el Adviento nos prepara para celebrar con gozo la Navidad, la primera venida y la entrada en nuestra historia del Hijo de Dios, su ‘primera’ venida en Belén hace dos mil años. El Adviento mira también al futuro, hacia la ‘segunda’ venida de Jesucristo en gloria y majestad al final de los tiempos en que llevará a total cumplimiento su obra de salvación y reconciliación de toda la creación.

Pero el Adviento mira además al presente. En una antífona de Vísperas de Adviento decimos: “Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, viene Dios, nuestro Salvador”. La liturgia invita así a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras: “Dios viene”. Se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que está ocurriendo constantemente. En todo momento “Dios viene” a nosotros. Dios es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad: Dios viene a salvarnos.

Dios viene constantemente a nuestro encuentro en su Palabra, en sus Sacramentos, en el prójimo, en el pobre y necesitado, en los acontecimientos de la vida y en su Iglesia, en cada comunidad cristiana. Por esta razón, en Adviento rezamos a Dios, que avive en nosotros el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene. Por ello, para vivir cristianamente el Adviento hemos de mirar más allá de las apariencias, abrir nuestra mirada y nuestro corazón a Dios, dejar que se despierte en nosotros el deseo de dejarnos encontrar personalmente por Dios en su Hijo Jesucristo. Este encuentro aviva nuestra alegría y nuestra esperanza.

En nuestra condición de peregrinos en esta vida, la vigilancia y la esperanza son pilares imprescindibles de nuestra Iglesia y de cada uno de sus fieles. La vigilancia pide una conversión constante a Dios en Cristo Jesús e intensificar la vida de oración, la escucha de la Palabra de Dios, la participación en la Eucaristía, la revisión del tono de nuestra caridad y compromiso cristianos, y acoger el amor misericordioso de Dios en el Sacramento de la Reconciliación. La esperanza en el triunfo definitivo de Cristo nos ayuda a avivar nuestra fe en la vida eterna y en la resurrección de la carne, y, además, a no perder la paz ante las insidias de los poderes de este mundo.

El Adviento aviva así también nuestra conciencia de misión y presencia en el mundo, para que todos puedan encontrarse con Cristo y para que el Amor de Dios llegue a todos. El hombre de hoy busca ansiosamente la felicidad, que con frecuencia está tentado de buscarla lejos de Dios. Por ese camino cada vez se siente más lejos de la felicidad anhelada. En Jesucristo es donde el hombre y la mujer descubren su verdadera imagen, su verdadero origen y destino, su pertenencia a un mundo nuevo. Dios viene para todos. Dejémonos encontrar por el Señor.

La Virgen María encarna perfectamente el espíritu de Adviento, hecho de escucha de Dios, de deseo profundo de hacer su voluntad, de alegre servicio al prójimo. Dejémonos guiar por ella, a fin de que el Dios que viene no nos encuentre cerrados o distraídos, sino que pueda extender en cada uno de nosotros su reino de amor, de justicia y de paz.