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sábado, 20 de abril de 2024 | Última actualización: 13:16

Elegir bien a los padrinos

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Casimiro López Llorente. Obispo de la Diocésis Segorbe-Castellón

El tiempo pascual es el periodo fuerte de confirmaciones en nuestra Diócesis. Es siempre una verdadera alegría servir de mediador de la efusión del Espíritu Santo a nuestros confirmandos y comprobar que, a pesar de todo, sigue habiendo muchos adolescentes, jóvenes y adultos, que desean recibir el don de Espíritu Santo para ser confirmados en la fe y vida cristiana y tener así la fuerza para confirmar y vivir su fe cristiana con alegría. Este gozo, sin embargo, se ve empañado con frecuencia, entre otras cosas, al observar la actitud, el comportamiento y la falta de participación activa de muchos padrinos en la celebración. Sin ser lo más importante, me preocupa seriamente esta situación. Por experiencia propia y ajena esto se puede decir también de los padrinos de bautismo.

Desde muy antiguo, la Iglesia no admite a un adulto a los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación y eucaristía) sin un padrino; su función es ayudar al adulto al menos en la última fase de preparación a los sacramentos y después a perseverar en la fe y en la vida cristiana. En el bautismo de niños debe haber también un padrino, cuya función es, juntamente con los padres, presentar al niño que va a recibir el bautismo y procurar que después lleve una vida cristiana congruente con el bautismo y cumpla fielmente las obligaciones inherentes al mismo; representa a la familia y también a la Iglesia, en cuya fe va a ser bautizado y en cuyo seno va a ser incorporado.

Lo mismo vale para los padrinos de confirmación: su tarea es presentar y avalar al confirmando y ayudarle después, con su palabra y ejemplo, a perseverar en la fe, a comportarse como verdadero testigo de Cristo y a vivir la fe que ha confirmado. Así lo piden los Rituales de iniciación cristiana de adultos y de bautismo de niños, y el Código de derecho canónico.

Hay ciertamente muchos buenos padrinos, que son conscientes de su misión y están preparados y dispuestos para ejercerla; pero esto no vale para todos. La Iglesia nos exhorta a tomar en serio la elección de buenos padrinos, para que el padrinazgo no se convierta en una institución de puro trámite o formalismo vacío. Si preguntamos a un padrino o una madrina cuál es su misión, en muchos casos desconocen que prioritariamente consiste en acompañar a sus apadrinados en su educación, maduración, perseverancia y vivencia de la fe. Su elección no puede, por tanto, basarse sólo en razones de parentesco o amistad, sino en un deseo sincero de asegurar a los bautizados o confirmados unos padrinos que, por su edad, proximidad, formación y vida cristiana, sean capaces de ayudarles eficazmente en su educación en la fe y en su vida cristiana.

Por ello, la Iglesia pide que el padrino o madrina tenga la madurez necesaria para cumplir con esta función. Para ello, como regla general, el candidato a padrino tiene que haber cumplido dieciséis años. En todo caso, dicha persona ha de tener la idoneidad suficiente para esta misión e intención de desempeñarla, para lo cual es preciso que lleve una vida congruente con la fe cristiana y con la misión que va asumir; a esto pertenece, entre otras muchas cosas, la práctica de la fe. Además, el padrino o madrina ha de haber recibido los tres sacramentos de la iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía; será muy difícil que una persona acompañe a un niño hacia la adultez en la fe o al confirmado a vivirla, cuando dicha persona no ha alcanzado aún la madurez cristiana. En tercer lugar, el padrino debe pertenecer a la Iglesia católica y estar plenamente en comunión con ella.

 Teniendo en cuenta la importancia de la misión de los padrinos, se comprende que todos hemos de tomar muy en serio su elección. Y también es muy lógico y necesario que los párrocos hayan de velar para que realmente la elección de los padrinos sea conforme a lo que pide la Iglesia; siempre pensando en el bien del que va a ser bautizado o confirmado. Sé que no es fácil, pero hemos de comenzar a romper inercias que no benefician en nada a la iniciación cristiana ni a la misión y vida de nuestra Iglesia.