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jueves, 25 de abril de 2024 | Última actualización: 17:57

El sacramento de la Misericordia

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Casimiro López Llorente. Obispo de la Diocésis Segorbe-Castellón.

Durante la Cuaresma, la Palabra de Dios nos exhorta a la conversión de mente, de corazón y de vida a Dios. Jesús nos dice: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Es el camino para prepararnos debidamente a la celebración del misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo; éste es el camino hacia la Pascua del Señor.

El misterio de la redención de Cristo en la Cruz nos muestra que el amor de Dios es más fuerte que nuestro pecado. Quien conoce, contempla y experimenta la grandeza y profundidad del amor de Cristo, siente profundo dolor por la propia infidelidad al amor de Dios y la urgencia de conformarse cada vez más con el amor de Cristo.La contemplación del amor infinito de Dios que se entrega por cada uno de nosotros hasta la muerte, nos desvela nuestros propios pecados, pero, sobre todo, la misericordia infinita de Dios, siempre dispuesto al abrazo del perdón. Pues, como nos dice San Pablo, “en la Cruz, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuenta de sus pecados” (2 Cor, 5, 19). Y él mismo San Pablo nos exhorta: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Cor 5, 20). Y es en el sacramento de la reconciliación donde experimentamos de un modo muy personal ese amor misericordioso y reconciliador de Dios.

Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos (cf. 1 Jn 1,8). Ya el mismo Jesús enseñó a sus discípulos a pedir perdón cada día por sus pecados. Los bautizados, en nuestro peregrinaje hacia la casa del Padre, nos vemos con frecuencia tentados a abandonar los caminos de Dios y, a veces, los abandonamos. No siempre nos mantenemos fieles a la nueva vida de los hijos de Dios que se nos regaló en el bautismo. Cuando transgredimos los mandamientos, somos infieles al amor de Dios, dejamos de permanecer en Dios y Él en nosotros (cf. 1 Jn 3,23-24). Como hijos pródigos nos vemos en la necesidad de repetir con frecuencia: “Padre, he pecado contra el cielo y contra Ti. No soy ya digno de llamarme hijo tuyo”(Lc 15,21). Para que no nos sintamos abandonados a nuestra impotencia y no perdamos la esperanza, Cristo nos ha dejado el Sacramento de la Penitencia en Iglesia.

Necesitamos recuperar este Sacramento de la Misericordia de Dios ante una mentalidad deformada de este sacramento, ante su olvido o ante su abierto rechazo. Su recuperación comienza por reconocer con humildad nuestra condición de pecadores y admitir que pecamos; es decir, que fallamos al amor de Dios, cuando transgredimos por acción o por omisión los mandamientos de Dios, que son los caminos que Él nos ofrece para llegar a la Vida.

Todo pecado es, en el fondo, un acto de desconfianza hacia la bondad de Dios, de rechazo de su amor y de desobediencia a su ley. En nuestros pecados descubrimos siempre la voluntad de preferirnos a nosotros mismos, de construir nuestra vida sin Dios o al margen de Él, de anteponer nuestros intereses personales a su voluntad. Así nos lo desvelará un buen examen de conciencia, que es la confrontación sincera y serena con la ley moral interior, con las normas evangélicas propuestas por la Iglesia, con el mismo Cristo Jesús, nuestro maestro y modelo de vida, y con el Padre celestial, que nos llama al bien y a la perfección. Cuando el examen de conciencia es sincero y mirando el amor que Dios nos tiene, surge la contrición o dolor de los pecados, que lleva a un rechazo claro y decidido del pecado cometido junto con el propósito de no volver a cometerlo por el amor que se tiene a Dios. Todo ello nos llevará a la confesión de nuestros pecados para dejarnos abrazar por el amor misericordioso de Dios que nos perdona en la absolución y a cumplir la satisfacción por nuestros pecados.

Para recuperar este sacramento de la Penitencia es preciso también que sea ofrecido en todas las parroquias, en horarios concretos, y que los sacerdotes estén siempre dispuestos a administrarlo si se les pide oportunamente. A los sacerdotes, como a Pablo, el Señor nos ha encargado el ministerio de la reconciliación. Y para el cristiano el sacramento del perdón “es el camino ordinario para obtener el perdón y la remisión de sus pecados graves cometidos después del Bautismo”.