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martes, 23 de abril de 2024 | Última actualización: 14:53

Mitología del siglo XXI. El peaclista

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Luis Andrés Cisneros. Coordinado Medios de Comunicación Vox Castellón.

Todos, —o casi todos—, los pueblos tienen héroes y dioses mitológicos, pero también tienen el lado oscuro de los mismos: los Monstruos Mitológicos. Desde los países nórdicos hasta las tribus africanas, desde los chinos a los mayas, desde los pueblos del mediterráneo a los maoríes australianos, no hay cultura que no tenga sus propios Monstruos (el Ave Fénix, el Minotauro, el Unicornio, el Kraken, el Cancerbero, y tantos y tantos seres mitológicos).

Eso era en los albores de las civilizaciones; posteriormente dejaron de aparecer esos seres mitad humanos, mitad animales. No se sabe la razón. Quizás por los avances de la ciencia, por las luchas religiosas que asolaron Europa, por el progreso de la cultura, o por la aparición de los políticos (a lo mejor son ellos los herederos de los monstruos mitológicos). No se sabe bien el porqué, pero hubo un páramo en la aparición de seres mitológicos, que se extendió hasta los inicios del presente Siglo. Aquí aparece, principalmente en el ámbito urbano, un monstruo mitológico moderno, el Peaclista.

Esta aparición no fue repentina: no se creó de la nada. Sus principios se remontan al año 1817, cuando el barón Karl von Drais, inventó en Alemania la bicicleta, pero no fue hasta finales del Siglo XIX cuando su uso se difundió por Europa.

Durante más de un siglo las bicicletas, ocupadas por seres humanos, han servido para el desplazamiento de las personas, con mayor comodidad y rapidez. Asimismo impulsaron el deporte del ciclismo el cual ha alcanzado una gran popularidad. Dichos vehículos rodaban por las calzadas, compartiendo las normas de circulación y convivencia comunes a todos los vehículos que se desplazaban sobre ruedas, independientemente de qué elemento los impulsaban (motor, fuerza humana, etc.). Fue tanto el desarrollo del ciclismo que, para protegerlos de otro tipo de vehículos, se crearon unos espacios (llamados carril-bici) para que los ciclistas pudieran circular por ellos sin ningún riesgo para su integridad física.

Hete aquí que, de repente, apareció el Peaclista. Es la fusión del hombre y la máquina, la comunión entre el ser humano y el ser de hierro (o cualquier otro material). Es un monstruo para el que no existen las leyes ni las normas. Desconocen, y se mofan, de los semáforos (sobre todo si están en rojo), ya que hay una fuerza sobrenatural que les impide que sus extremidades inferiores toquen el suelo, por lo cual no pueden parar ante ellos.

Los pasos de peatones son territorio de esparcimiento y diversión, pasando de ahí a la calzada de manera cuasi virtual. Otro acicate para el Peaclista es circular en dirección prohibida: esa señal de tráfico les sirve de estímulo para desafiar al resto de los vehículos que circulan en el sentido correcto.

Pero, donde más se crece y donde encuentra su “hábitat” natural, es en el espacio reservado para sus coetáneos los peatones, comúnmente llamado acera. Ahí sí que se muestra como ese monstruo mitológico, y donde alcanza su clímax al enfrentarse, cara a cara, con el peatón. Le reta, se dirige hacia él a toda velocidad, hasta que puede ver perfectamente la expresión de terror o miedo en su rostro y, en esa fracción de segundo, lo esquiva milagrosamente. No le importa la anchura que puede tener la acera, pues pasa igual, debido a sus cualidades pseudo-mitológicas, pseudo-divinas. Siempre piensa “ya se apartarán los otros seres que invaden mi espacio”. Pasa de la acera a la calzada de manera suicida, asaltando los pasos de peatones sin mirar. No le importa siquiera si viene algún vehículo.

Nada le detiene. Nadie le recrimina nada. Todos le tienen miedo, sobre todo las fuerzas encargadas de velar por la seguridad en las calles y las autoridades que no promulgan leyes o normativas para frenarles en su ímpetu. Ni tampoco los verdaderos ciclistas (¿será una especie a extinguir?) le recriminan sus desafiantes actitudes.

A lo mejor todo se reduce a la falta de valores que afecta a esta sociedad, en donde todo vale y sólo prevalece la ley del más fuerte. Eso sí, cuentan con la mirada hacia otro lado de la casta política, preocupada únicamente por lo políticamente correcto y porque nadie les mueva la silla.

País …(Forges dixit).