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viernes, 19 de abril de 2024 | Última actualización: 22:10

El utópico viaje al centro

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Luciano Ferrer Pons. Vicepresidente Provincial Gestora VOX Castellón.

Ya Galileo Galilei nos hablaba de los sistemas referenciales explicando que el punto de vista del observador influía en la posición de los objetos observados. Así tenemos que un observador situado en el andén y centrado respecto del tren, observará ciertos vagones a su derecha y el mismo número a su izquierda, pero, si este mismo tren se desplaza, podrá observar que todo el tren se encuentra bien a su derecha, bien a su izquierda. Sin embargo, cualquier observador que se encuentre en el interior del tren no apreciará variación alguna.

Pues bien, aunque resulte increíble para muchos, la situación política en España se está dando alrededor de un movimiento similar al tren y al observador del andén. Desde que, en 2008, el presidente del PP anunciase que liberales, conservadores y humanistas no tenían cabida en ese partido y que se fuesen a otro, el PP, partido que en ese momento se encontraba en lo que tradicionalmente se define como centroderecha, comenzó el llamado viaje al centro.

Pero ¿a qué centro? Quien tenga mínimos conocimientos de geometría sabrá que el centro siempre será una entelequia, un punto matemático adimensional usado como punto referencial de otras posiciones. Así pues, la interpretación correcta sería: “emprendemos un viaje a posiciones que comúnmente se conocen como de izquierdas”.

Además, las jerarquías del PP se dijeron: “Renunciamos al reconocimiento de la dignidad humana, al derecho a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte natural de la persona; renunciamos a defender la familia como célula fundamental de la sociedad y la educación de los hijos según decidan sus padres; renunciamos a aplicar políticas económicas liberales de bajadas de impuestos, de menor presión fiscal, que fomenten la creación de empleo y el desarrollo económico de España y los españoles; renunciamos a la defensa de todos aquellos valores que hicieron de España una gran nación respetada en el concierto internacional; etc.”.

En definitiva se abandonó cualquier batalla ideológica, se renunció a defender la libertad, la propiedad, el imperio de la ley, la defensa de la vida, la unidad de España, el estar al lado de las víctimas del terrorismo.

Dijeron que se distinguirían por sus políticas económicas y estas resultaron ser, ni más ni menos, que continuistas con las desarrolladas por ZP. Eso sí, sin cometer el error de los planes ‘E’ que, por otro lado, dada la situación heredada, resultaban imposibles, ya que aún sin ellos el grado de endeudamiento del estado ha alcanzado el 100% y subiendo.

La conclusión resultante, para cualquier observador objetivo, no puede ser más clara: El PP resulta ser un partido más entre los partidos socialdemócratas. Así lo demuestran los hechos. Pero existe un problema: perdura por la inercia de unas bases que no creyeron o no escucharon el juicio de intenciones expresado en 2008. Bases, e incluso cuadros, que se tapan oídos y ojos para poder negar la realidad, ya que no conciben que del PP sólo quedan las siglas, pues hasta el logo fue modificado para escenificar esa inclusión en el círculo socialdemócrata. El PP vive hoy en la mentira, en el engaño, en la neutralización de la derecha.

Mientras el pueblo español soberano no decida lo contrario, España es una monarquía parlamentaria, con todo lo que ello implica. Los representantes parlamentarios elegidos en esta legislatura no merecen el nombre de tales, pues se han dedicado a cualquier cosa menos a parlamentar. Dos no discuten si uno no quiere, reza el refrán, pero podemos matizarlo con que dos no dialogan si uno no quiere. Y debemos reconocer que, al menos con uno, el resto no han querido dialogar, aunque éste uno, por su parte, tampoco ha puesto mucho esfuerzo en alcanzar algún diálogo.

Bajo este tenor se puede comprender mejor que nos veamos abocados a nuevas elecciones: Ningún partido que se defina socialista puede pactar con un partido socialdemócrata que les hurte el espacio político, y menos, si pueden usar como excusa la corrupción en el seno de las filas del primero, problema no abordado adecuadamente durante la legislatura y, aunque sabido es que en todas partes cuecen habas y en la mía a calderadas, focalizando la atención en uno el otro queda más disimulado.

Todos se encuentran preocupados por el sillón, por mantener su puesto, su liderazgo. ¿Y a España? ¡A España, que le den! Eso sí: ¡Yo no he sido! ¡Ha sido el otro! Así señalan todos impúdicamente. Ninguno reconocerá su culpa, pues la tienen todos. El desidioso e inmovilista Rajoy y su séquito; el osado por inconsciente, que no por audaz, Sánchez que, a sabiendas, o peor mal aconsejado, se lanzó a una piscina sin agua usando después como flotador salvavidas a Rivera, usado cual escudero fiel para salir airoso del entuerto cuando Sánchez fue consciente del berenjenal en que se había metido; y, finalmente, Iglesias, manipulador mediático donde los haya, siempre fiel al manual, no ha perdido la menor ocasión de arrimar el ascua a su sardina con golpes efectistas, trampas de ilusionista que, mientras te tiende una mano engatusándote, con la otra te despista la cartera, tanto es así que incluso se ha servido de Mónica Oltra como emisaria para su última puesta en escena por medio de Baldoví.

Así las cosas, sólo me resta decir que algunos, unos pocos, lo vimos venir. Nos creímos esta deriva a la que el PP se veía abocado. Unos antes y otros después dimos el paso imprescindible: No dejarnos arrastrar por el tren y recuperar nuestra posición inicial.

Existía una opción que nos permitía defender aquello que siempre defendimos y a ella nos afiliamos y dimos nuestro apoyo: VOX, la derecha sin complejos para dar la batalla de las ideas.

Quedáis invitados a dar también este paso.

VOX, el partido de los valores.