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viernes, 19 de abril de 2024 | Última actualización: 00:00

¿A qué esperaría? ¿A qué la maten?…

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Rafa Cerdá. Abogado.

Una fecha más para recordar en el calendario de la infamia. El 25 de noviembre se ‘conmemora’ la Jornada Internacional para la eliminación de la violencia contra la Mujer; sólo con darse cuenta la realidad que se está describiendo, un turbio silencio se impone frente a esta vergonzante realidad. Silencio ante el sufrimiento de millones de mujeres, a lo largo y ancho del planeta, que ven amenazada su vida, constante y tenazmente, a cada minuto, durante todos los días, y en todos los aspectos de su existencia cotidiana.

Mujeres que sufren una condena por el mero hecho nacer, una eventual pena de muerte que puede ser ejecutada, en cualquier momento, por sus maridos, padres y hermanos. La mujer como víctima de una guerra que ella no ha declarado, situada en el campo de batalla de su propia casa, las calles donde deambula, los colegios en los que se forma,…cualquier espacio físico es válido para que, de forma súbita, una agresión física o sexual, un rociado de un ácido químico o un secuestro, sesgue su vida para siempre.

En nuestro país, las estadísticas son escalofriantes. Cada año, el número de mujeres asesinadas a manos de sus parejas aumente de manera exponencial. Cierto es que los avances legislativos y en la percepción social del problema de la violencia de género, han tenido un indudable impulso durante los últimos quince años. Pero la única ventaja ha consistido en desvelar el drama de decenas de miles de mujeres sometidas a una situación de acoso y miedo que no posee ninguna justificación.

Como sociedad, sabemos qué existe el problema; lo chocante, y también hiriente, es la fractura entre las políticas públicas de prevención y castigo a los maltratadores, y los escasos resultados en el índice miserable de muertes que cada año, ensucia nuestra responsabilidad colectiva.

¿En qué locura estamos inmersos? ¿En qué estamos fallando? Millones de mujeres condenadas por el mero hecho de serlo, ¿se imagina a su hija, madre, esposa, hermana, amiga, sometida a condiciones de explotación sexual, agredida físicamente, insultada y vejada, y así con todas las posibles formas de destruir a un ser humano?… ¿Podría tolerarlo? ¿Qué haría usted? ¿A qué esperaría? ¿A qué la maten?

Este tipo de jornadas comportan muchos discursos, manifiestos y celebraciones de todo tipo. Son necesarias siempre, la maldad nunca debe dejar de ser denunciada y perseguida. Pero todo esfuerzo llevado a cabo por las administraciones públicas, quedará perdido en una marea de buenas intenciones y normas legales, si cada uno de nosotros no corta de raíz cualquier tipo de violencia contra la mujer, si no somos capaces a nivel individual de tomar conciencia del descomunal crimen que se está llevando a cabo aquí, dentro de nuestras fronteras, y en apartados puntos del planeta.

Vuelvo a preguntarle: piense en la mujer qué más quiere, sitúela en una situación de violencia; alguien la está dañando, infringiendo un sufrimiento inútil. ¿Lo toleraría? ¿La ayudaría? Para dejar de responder a estas duras cuestiones, debemos empezar ya y ahora, a cambiar radicalmente de conducta. Demasiadas vidas en juego nos lo exigen.