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martes, 16 de abril de 2024 | Última actualización: 10:32

¿Por qué mentimos?

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María B. Alonso Fabregat. Psicóloga Clínica y Forense. Coordinadora del Centro Asociado de la UNED de Vila-real.

Abel en un descuido de su madre, mientras ésta recogía la cocina después de la comida, a escasos metros del pequeño. Abel estaba en el comedor viendo su serie de dibujos favoritos, y ante la ausencia de la madre, valoro que si antes de que su mami volviera cogía chuches del armario del comedor, no lo sabría la mama… con tan mala suerte que al abrir la puerta del mueble de debajo de la TV.

Arrastró un cable y este a su vez estiro del ‘router’ que había detrás de la pantalla. La puerta se resistía a la apertura, así que Abel insistió por no poder abrir, el niño aún no se percataba que avecinaba un gran problema y estiró, y estiró y provocó finalmente que la TV cayera estrepitosamente contra el suelo…

La madre acudió alarmada al tremendo ruido y el pequeño Abel, asustando y sin saber que hacer dijo antes de ser preguntado: “que no sabía que había pasado, que había salido un payaso en la TV y acto seguido esta se había caído sola”.

Esta historia bien podría estar ocurriendo en cualquier casa con niños en este mismo instante. Ya desde muy pequeños los niños, si todo va bien y como fruto de ese cerebro social recién estrenado, ya empiezan a contar sus primeras mentiras o ‘mentirijillas’.

Estas primeras mentiras infantiles tienen como funcionalidad la obtención de algún beneficio, como disculparse de alguna travesura. Bien es cierto, que en esa primera explosión inicial de su cerebro que crea alternativas no reales, los niños son bastante ingenuos, no son doctos y son fácilmente detectados en la mayoría de los casos por los adultos del entorno del menor.

Si bien Domínguez en 1978 decía: “Educar a un niño en la veracidad, es educar en la libertad”. Y Sutter en 1916 decía: “La mentira es el arma de los débiles”. Más adelante desde la psicología evolutiva Sotillo y Reviere en 2001 consideran la mentira como una conducta específicamente humana, ya que los otros organismos no pueden mentir, porque carecen del lenguaje que les permitiría expresar lingüísticamente una mentira.

Esto no es el todo cierto, hay investigaciones que demuestran que ante la existencia de comida, los monos capuchinos emiten sonidos de alarma para asustar a sus congéneres y así quedarse ellos con toda la comida. También en los hogares, hay perros que detectan que si muestran ciertas conductas, como cojear, lloriquear, tienen más atenciones de sus amos. Algunas aves se muestran vulnerables para alejar a los depredadores de las crías, que son las verdaderamente vulnerables.

Nos deberemos plantear cuestiones como: ¿existen mentiras buenas o mentiras malas? ¿es bueno socialmente mentir?, ¿marcamos una línea a los niños de dónde está lo adecuado o no de mentir…?

Tampoco cambia tanto la funcionalidad del mentir con la edad, siempre que se miente es a expensas de obtener algo a cambio, un refuerzo, bien sea material, moral o personal de otro tipo. Mentimos por piedad, por vanidad, por quedar bien, por no molestar, por no dar explicaciones.

Incluso omitimos información relevante por comodidad, con intención de encubrir, de no decir, de no contar, que es otra forma de mentir menos evidente, pero en el fondo no nos mostramos transparentes. Ya desde muy pequeños con nuestro cerebro social cada vez más pulido vamos intentando crear una imagen de nosotros mismos que agrade a los otros.

Ahora bien, la mentira no excesiva forma parte, del cortejo, de cualquier relación, del compañerismo en el trabajo, de las ventas, de los mercados… Pero existe una forma de mentir que ya va más allá de esto y es cuando la mentira se convierte ya en un problema. Llegados a este punto deja de cumplir los papeles sociales facilitadores de las relaciones, en casi todos los contextos que nos movemos.

Así la mentira se torna patológica y ya no beneficia a nadie, antes o después el mentiroso patológico es detectado, es tan evidente y tan amplia la puesta en marcha de sus mecanismos de disfraz y tan continuados y exhibidos en todas partes, que es descubierto. Miente para tapar una mentira anterior y vuelve a mentir para poder tapar la última y no puede sostener ya el ‘castillo de naipes en el aire que él mismo o ella misma creó’. Qué decir también de la importancia de las mentiras en contextos donde la veracidad, del testimonio es fundamental, en el caso de delitos y otros actos judiciales.

La mitomanía es un cuadro patológico donde el individuo crea continuamente un montón de falsedades, que él mismo acaba creyendo. Creando un complejo organizado de mentiras y engaño, cuya motivación es patológica y sus mecanismos psicopatológicos. En la mitomanía la tendencia a mentir es duradera en el tiempo, lo que cuenta tiene cierta credibilidad a quien lo escucha:

La motivación del mitomaníaco/a es interna y siempre se muestra de forma favorable a los otros pero es evidenciado porque posiblemente hay alguien que sepa que eso nunca ocurrió.  También puede aparecer en falsos recuerdos, donde recuerda lo ficticio, no lo que realmente ocurrió. En los casos más graves parece ser que las causas son neurofuncionales, estando afectado el sistema nervioso central.

Pero también hay casos que existe mentira patológica como los trastornos de la personalidad antisocial, cuya intención es delinquir y engañar a sus víctimas, en estafas, en robos y en daños de diversa índole. Quién no recuerda al hombre detenido recientemente “Don Juan estafador de las mil caras” Rodrigo Nogueira Iglesias, el cual conocía a sus futuras víctimas por las redes sociales.

Se ganaba la confianza de ellas, iniciando una relación afectiva una vez las víctimas detectaban un gran ‘feeling’. Al menos sesenta mujeres de toda España, han tenido algún tipo de vínculo con este ‘amante estafador’. La variabilidad de los perfiles de sus víctimas es elevada, pero como un camaleón se adapta a cada perfil y sabe seducir e ir en busca de su intención real.