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jueves, 28 de marzo de 2024 | Última actualización: 14:47

Franco, Franco, Franco

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José Antonio Rodríguez. Asesor Fiscal.

Como un vago recuerdo de mi infancia, vienen a mi mente estas tres palabras, cantadas, vitoreadas por miles de personas en la Plaza de Oriente, sin saber muy bien porque (quien suscribe). Se repetía cada año, pasando del blanco y negro del NO-DO al color de las televisiones Vanguard y Grundig, si, aquellas en las que un buen golpe solucionaba una interferencia de rallas, o un sonido deficiente.

Franco murió y con él su dictadura.

Lo enterraron en El Valle de los Caídos, cerca de Madrid, lugar de colosales dimensiones, en contra del deseo de su mujer,  pues se trata de un  lugar de enterramiento para quienes tuvieron la desgracia de participar en una confrontación entre padres e hijos, hermanos, vecinos y conocidos, en la que más allá de las ideas, afloraron en algunos lo peor de la naturaleza humana, el rencor, odio, revancha y venganza.

Aquello pasó y con el paso de los años, la inmensa mayoría de los españoles de hoy vivimos otra situación distinta, la de una democracia parlamentaria plena, con enormes deficiencias y miserias, pero democracia al fin y al cabo. Con puntos de vista distintos y no solo eso, también con visiones sociales opuestas,  lo que  lejos de ser negativo, resulta enriquecedor.

Los ciudadanos no dejamos que se nos etiquete, pues los parámetros que nos definen son cada vez más complejos y más extensos. De hecho, nuestros criterios son transversales, queremos privacidad pero a la vez acceso a las redes sociales; propugnamos la equidad entre géneros, a la vez que defendemos una bajada de impuestos. Queremos preservar nuestro entorno, pero sin renunciar al individualismo que supone el uso particular de un vehículo que contamina.

Dicho lo anterior, resulta que de un modo machacón, tanto Zapatero como Sánchez se han empeñado en que prestemos atención, tiempo, recursos y algo de  crispación a desenterrar la momia de Franco de su ubicación e iniciar un debate sobre donde  no enterrarla.

Hace años visité El Valle de los Caídos y realizando un ejercicio memorístico recuerdo que lo hice porque se trataba de un conjunto civil y religioso importante, con un estilo propio, ¡ah! y porqué como colofón me recordaron que estaba allí enterrado Franco, al que por cierto no dedicamos en la visita más de cinco minutos; es obvio que  me resulta intrascendente donde esté enterrado Franco, y estoy convencido que  a la mayoría de los españoles les pasa igual.

Creo igualmente que todo este movimiento no va a generar más que enfrentamiento y en algún caso abrir alguna herida mal cerrada.

Lo que resulta jocoso es la nueva metedura de pata del gobierno, a las  que nos está acostumbrando: medidas  con mucho impacto mediático sin pensar, ni estudiar previamente, con lo de coste añadido que suponen en todos sus aspectos.

El Gobierno debería haber considerado la posibilidad propugnada por la familia, y a la que parece tienen derecho, con lo que el tiro les saldría por la culata, una vez más... habida cuenta del consiguiente aumento de visitantes a la Almudena que ello provocaría.

La vicepresidenta Calvo ha tenido que ir a Roma para pedirle al Vaticano que lo impida y vuelta la burra al trigo, que diría un manchego, más gasto, más puesta en evidencia de la inoperancia del Gobierno y de su ya habitual precipitación.

Por cierto, ¿cederá la Iglesia o no dejará que la piedra quede en su tejado y tenga que resolver a la postre donde no se enterrarán los restos del dictador?