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viernes, 29 de marzo de 2024 | Última actualización: 10:45

Refugiados

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Alguna vez les he recordado que el Mediterráneo es, junto con el Rio Grande, frontera entre los Estados Unidos y Méjico, y el paralelo 38 que divide las dos Coreas el punto de mayor quiebra socio-económica del planeta ya que las diferencias de renta per cápita de sus poblaciones supera el 10 a 1.

De Corea del Norte no se escapa nadie no por falta de ganas sino porque el régimen tiránico de Pionyang no se anda con bromas con los eventuales emigrantes.

Hubo tiempos en que se hablaba mucho de los 'espaldas mojadas' que se aventuraban a cruzar la frontera con los EEUU nadando a través del caudaloso Río Grande y también se aireaban los "trenes de la muerte" en que se montaban miles de emigrantes en vagones mercantes dispuestos a saltar en cualquier punto del prospero país una vez cruzada la frontera. Aun en estos días, el candidato republicano Donald Trump ha causado escándalo al proponer en su programa electoral, la construcción -por cuenta de Méjico- de un muro que separe los dos países impidiendo nuevas entradas.

Pero donde hoy la situación es dramática y escandalosa es en el Mediterráneo. A raíz de la desestabilización de varios países producida por las guerras de Irak, Afganistán, Siria y Libia así como por las nefastas consecuencias de la primavera árabe y la miseria en países del sudeste asiático y del África subsahariana, cientos de miles de personas buscan refugio en Europa, un continente que para ellos representa la prosperidad y la esperanza.

Llegaban por millares a España, Italia y Grecia mientras que el resto de Europa, lejos de la región nos acusaba de ser excesivamente duros en nuestra actitud hacia los emigrantes. Las vallas de Ceuta y Melilla, las pelotas de goma de la Guardia Civil, el escaso entusiasmo de los guardacostas italianos fueron muy criticados hasta que los emigrantes procedentes de Libia, Siria, Irak, Afganistán, Bangla Desh, Pakistán etc. intentaron cruzar el euro túnel para llegar al Reino Unido o acceder a la UE desde los Balcanes y a través de Hungría. Para impedir estas invasiones las vallas se multiplican en distintos puntos de Europa. Frontex (Varsovia) y Bruselas intenta constituir unas cuotas que repartan proporcionalmente los refugiados entre los países teniendo en cuenta su población, su PIB y sus posibilidades.

Tarea nada fácil ya que muchos estados no se encuentran en condiciones de sumar a sus altos índices de paro, la llegada de otros miles de familias que acrecerán el malestar y desequilibrio del país receptor.

Mientras ese grave y urgentísimo problema se resuelve -y no dudemos que es tan urgente como complejo- estamos siendo testigos de los más apocalípticos dramas humanos nunca vistos: balsas que naufragan tragándose a miles de personas, barcazas en cuyas bodegas perecen sofocadas docenas de familias, camiones frigoríficos con casi un centenar de víctimas descubierto en plena Unión Europea.

Europa está en apuros por las dificultades que atraviesan algunos de sus socios, en especial Grecia. Pero el efecto que producen estas imágenes de estampida desde el Sur, de horror y muerte, es desacreditante para la Unión como no lo es ninguna otra.

No debemos olvidar que en parte, Europa es responsable de esas tragedias al haber enfocado incorrectamente las revueltas en los países árabes. Tampoco debemos ignorar que una solución inadecuada al problema de los refugiados tendría un efecto llamada sobre millones de personas que África y Asia expulsan en cifras crecientes cada año.