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miércoles, 24 de abril de 2024 | Última actualización: 14:50

Algo más sobre el Jak-42

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Jorge Fuentes. Embajador de España.

Entre 1997 y 2001 fui embajador ante la Unión Europea Occidental (UEO), organización creada tras la II guerra mundial  para intentar ordenar militarmente el maremágnum que, desde el punto de vista defensivo, existía en Europa.

La UEO tenía su sede en Bruselas y trabajaba muy codo a codo con la OTAN, organización con la que celebrábamos frecuentes consejos conjuntos. Pasados los años y al producirse el ingreso de la casi totalidad de sus miembros en la Unión Europea, la UEO se integró totalmente en la UE constituyendo hoy su brazo político y militar.

Durante mis años en aquella interesante organización fui parte y testigo de los esfuerzos de algunos países miembros (en particular Francia, España e Italia) por formar un ejército europeo, esfuerzo que se veía frenado por la resistencia de otros Estados (Reino Unido, Holanda y Portugal) y la aun pasividad de Alemania deseosa de hacerse perdonar los pecados militares del nazismo.

La defensa europea ni se consiguió entonces  ni tampoco en los años siguientes en que seguimos aferrados a presupuestos militares muy escasos (inferiores al 1% del PIB) y a la fragmentación de los numerosos ejércitos nacionales sin conseguirse una coordinación militar y un mando común que evitara derroches y duplicidades de esfuerzos. El lema parecía ser ‘Que defienda la OTAN’ lo que equivalía a decir, que defiendan los Estados Unidos. Si Trump no rompe esta línea, la defensa europea seguirá siendo así.

Una de las consecuencias de esta política europea es que nuestros ejércitos no poseen  aviones de transporte de tropas y de material militar pesado, aviones de gran envergadura y de elevado costo muy por encima de nuestros presupuestos.

Puesto que el alquiler de dichos aparatos a los EEUU era demasiado elevado, los países europeos envueltos en operaciones militares fuera de área (en Irak, Afganistán o países africanos) teníamos que recurrir a aparatos rusos Tupolev o Jakovlev que habían quedado como propiedad de los ex miembros de la URSS tras la descomposición de ésta. Ucrania era el país que contaba con mayor disponibilidad de dichos aparatos que estaban supervisados por la OTAN y eran, por tanto, suficientemente fiables. España, como otros miembros de la UE, los usó con regularidad sin mayores problemas.

Hasta que llegó la lamentable tragedia del Jak-42 en 2003 debido a un error humano, que no técnico, por el cansancio y exceso de trabajo de la tripulación ucraniana.

Los países europeos hubiéramos tenido que contar con aviones de transporte propios, para lo cual hubiéramos tenido que aumentar -¡y mucho!- nuestros presupuestos militares, medidas muy impopulares en especial por los partidos de izquierda.

Lo peor del drama vino a continuación: el reconocimiento de cadáveres en accidentes de esas características hubiera requerido un mínimo de dos meses. La oposición y la opinión pública, exigió una repatriación de las víctimas en dos días. El gobierno del PP no supo plantarse y el resultado es bien conocido: restos de varios cadáveres en un mismo ataúd, comprensible indignación de los familiares, mal talante del Ministerio de Defensa del momento y una herida política remendada en los tribunales pero muy mal cauterizada en la sociedad.

Una herida que se ha reabierto catorce años más tarde.