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viernes, 29 de marzo de 2024 | Última actualización: 14:20

La citricultura: ¿de una forma de vida a un negocio?

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Enrique Domínguez. Economista.

La reciente desconvocatoria de la huelga de ‘collidors’ ha supuesto un alivio para una campaña complicada, aunque mucho habría que hablar sobre la recogida de la fruta en el campo.

Como me decía mi padre hace bastantes años, cada campaña citrícola es un cajón de sastre cuyo contenido no se conoce de antemano. También se decía, y sigue siendo válido, que el agricultor citrícola estaba siempre mirando al cielo y al termómetro: al cielo por las tormentas y, además de la lluvia (como en el pasado diciembre) por el pedrisco, y al termómetro por si bajaba de cero grados. El seguro agrario apenas se contrataba.

Y como resultado de todo, una frase maldita pero que ayudaba: “A l’any que vé, Deu proveïrà”. Hoy apenas confiamos en el futuro y decimos: “A l’any que vé, pitjor”. O sencillamente, abandonamos el cultivo.

Poco hemos mejorado en cuanto a la problemática sobre el sector agrario de la Comunitat Valenciana en los últimos treinta y dos años. Y como muestra, un botón.

En 1984 se celebró el Primer Congrés d’Economía Valenciana en Valencia y en la ponencia que presenté sobre la problemática del sector agrario, señalaba que existía una excesiva parcelación y minifundismo, elevados costes de producción, un fuerte individualismo, resignación y mentalidad fatalista, elevado minifundismo en la comercialización interior y exterior, envejecimiento creciente de la población agraria y escaso peso del agricultor joven, escasez de empresarios que tengan la agricultura como ocupación principal.

Y, también, un desvío del ahorro de la agricultura hacia otros sectores, escasez del crédito agrícola, nivel de mecanización inadecuado, escasez de profesionales, seguridad social agraria gravosa para el sector, casi nula contabilidad llevada por los agricultores, creciente escasez de agua, gran diferencia entre el precio percibido por el agricultor y el pagado por el consumidor, insuficiente profesionalización del agricultor, falta de una adecuada comercialización en origen, relevancia de los efectos negativos de la climatología y de los hechos delictivos sobre los productos, propiedades y agricultores, etc.

Con lo anterior, no quiero dármelas de ‘sabut’, de adivino o de precursor porque, por desgracia, muchos de esos problemas siguen vigentes o se han acentuado y, algunos, hay que reconocerlo, han mejorado.

La agricultura en su conjunto tiene poco peso dentro del PIB de la Comunitat y ha ido descendiendo de manera paulatina; la citricultura es una parte relevante de la misma. Pero, cada vez más, la barrera entre sectores económicos es más difusa y es imprescindible tener en cuenta las crecientes interrelaciones que se dan entre agricultura, industria, comercio y servicios. Por eso, el peso del sector agrario en su conjunto y, por ende, de la citricultura es, realmente, bastante superior al que las estadísticas oficiales marcan.

Estamos en los meses centrales de una campaña en la que la climatología está jugando un  papel importante, pero también la competencia de los cítricos de otras procedencias, la falta de un control exhaustivo en frontera para evitar la entrada de nuevas plagas, la ausencia de una publicidad que incida en todas las posibilidades que los cítricos tienen en diferentes campos, la competencia de otras frutas o del postre industrial. Y, además, la evolución económica de nuestros principales clientes europeos y el veto del mercado ruso.

En esta campaña, y sigue siendo así treinta y dos años después, la inseguridad del agricultor (de los pocos que quedan o de los que se mantienen como empresarios agrícolas a tiempo parcial) se acentúa: climatología, seguros agrarios caros y con mayores franquicias, organización comercial (fracaso de muchas cooperativas y organizaciones de productores y de SAT que son, muchas veces, un apéndice de los comercios), desamparo del agricultor que va por libre, desaparición del apretón de manos como garantía del contrato y del precio de compra, poca implantación del contrato escrito, ventas a resultas o a comercializar, mínima mecanización de la recogida de la naranja en el campo, peor cualificación del ‘collidor’…

Pero también se incrementan algo los profesionales que tienen a la agricultura como negocio y no como medio de vida, que buscan parcelas de tamaño adecuado y variedades para producir fruta de calidad para clientes con garantías o que invierten en nuevas variedades o en cultivos alternativos a los cítricos.

Si la citricultura valenciana ha de tener futuro, será solucionando muchos de los problemas que no han variado en los últimos treinta y dos años y con la profesionalización real de los agricultores que queden. Como hobby puede ser cara pero como único medio de vida…