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viernes, 19 de abril de 2024 | Última actualización: 13:28

Pastoral en la cárcel

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

El día 24 de septiembre es la fiesta Ntra. Sra. de la Merced, patrona de las instituciones penitenciarias.  Este patronazgo tiene su origen en San Pedro Nolasco, quien tuvo una experiencia mística en la que la Virgen de la Merced le pidió que se dedicase a redimir a los cristianos cautivos de los musulmanes y que fundase una orden religiosa dedicada a este fin; en 1218 fundaba en Barcelona la Orden de la Merced. Desde entonces los Mercedarios se dedican, también entre nosotros, a la atención de cuantos están privados de libertad en las prisiones o viven esclavizados por cualquier otra causa.

El servicio pastoral de capellanes y voluntarios en los dos centros penitenciarios en nuestra Diócesis se basan en las palabras de Jesús: “venid, benditos de mi Padre… porque estuve en la cárcel y me visitasteis”; y añade “cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 34.36). Desde siempre la Iglesia ha mostrado su preocupación por los presos (cf. Hb 13,3). Es cierto que nuestro deseo de seguridad, el peso de una lógica justiciera o la lejanía de los centros penitenciarios no facilitan nuestra compasión hacia los encarcelados. Y más aún si han cometido delitos que causan legítima zozobra social. Sin embargo, también hoy valen las palabras de Jesús.

Quienes trabajan en la pastoral penitenciaria tratan de vivir las palabras del Evangelio. Siendo heraldos y testigos de la misericordia y del perdón infinito de Dios, ayudan a los internos a tomar conciencia de que la privación de libertad nunca les quita su dignidad personal; ésta es un don de Dios que nunca se pierde. La privación de libertad por parte de la sociedad por los delitos y errores cometidos es legítima. Pero la reclusión no significa exclusión. Siempre hay lugar para la esperanza y para poder cambiar, reconciliarse con el entorno e iniciar una vida verdaderamente libre en el seno de la sociedad. A los internos no les faltará nunca la gracia de Dios y el acompañamiento humano y espiritual de la Iglesia.

En la prisión se ofrece a los internos la oportunidad de un encuentro transformador, sanador y liberador con Jesús en la Palabra, en la Eucaristía y en el sacramento del Perdón. Y son enviados a ser fermento de reconciliación, de renovación y de reinserción en la cárcel.

Dios es misericordioso. Dios perdona siempre, si arrepentidos, le pedimos perdón. La historia pasada no puede ser escrita de nuevo. Pero la historia que en la prisión inicia cada recluso está por escribir con la gracia de Dios y con su responsabilidad personal.  Si se aprende de los errores del pasado, se puede abrir un nuevo y hermoso capítulo de la vida.