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jueves, 18 de abril de 2024 | Última actualización: 08:08

Gratitud a nuestros abuelos

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

En la festividad de San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María, el día 26 de julio, se viene celebrando 'El día de los abuelos'. Os invito a tener en este día un recuerdo muy especial para los abuelos: es una fecha muy apropiada para recordar a nuestros abuelos y mostrarles nuestro afecto, reconocimiento y gratitud. Es un día propicio para rendir nuestro homenaje a tantos hombres y mujeres que juegan un papel tan importante en nuestras vidas, sobre todo en esta época que nos ha tocado vivir. Ellos nos recuerdan que la familia sigue siendo de lo más grande que tenemos: ella es la base y el cimiento de nuestra sociedad. Debería ser un día para una sincera acción de gracias por su sencillo y valioso testimonio.

Los abuelos deberían sentirse y ser protagonistas en nuestras familias, en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia. El Papa Francisco recuerda en sus alocuciones a los abuelos como custodios de sabiduría, de valores y de bondad; por ello, “un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria”.  Los abuelos quedan a menudo en la periferia de nuestro corazón. Vivimos en un tiempo en el cual los ancianos muchas veces no cuentan, son muchas veces aparcados, porque son una carga o un fastidio. En una sociedad que valora sólo la utilidad o la juventud,  olvida la “sabiduría del corazón” que representan los años.

El recuerdo agradecido de nuestros abuelos y las muestras de amor hacia ellos es ante todo un acto de justicia: es reconocerles la dedicación, los sacrificios y los cuidados que ellos tuvieron para con sus hijos. El respeto y el cariño hacia nuestros mayores debería ser algo connatural a nuestra sociedad, ya que la figura de los padres de nuestros padres está presente en la memoria de nuestra infancia. Nuestros abuelos no pueden ser arrinconados ni en nuestra sociedad ni en nuestra Iglesia. Ellos son punto de referencia de nuestros primeros pasos, de nuestros primeros juegos, de nuestros primeros actos de toma de conciencia, de nuestras primeras alegrías, de nuestras primeras reprimendas, de nuestros primeros cumpleaños y de tantos y tantos momentos inolvidables en nuestros primeros años de vida.

Los padres muchas veces a causa de sus trabajos encomiendan a los abuelos el cuidado de los niños: levantarlos, llevarlos al colegio y recogerles del mismo, darles de comer o merendar. Infinidad de veces, los abuelos hacen las funciones de padres con todo amor y dedicación: van educando a sus nietos con la ternura que se merecen, a fin de que descubran la vida sin traumas y sin complejos; les ayudan en todo lo que pueden, mejorando, incluso aquellas cosas, que saben por experiencia, que han de hacer de otra manera, recordando los errores que tuvieron con sus propios hijos. Por todo esto y por mucho más creemos que los abuelos se merecen un sitio especial en los corazones de los hijos, en la familia y en la sociedad.

Y también en nuestra Iglesia. Los abuelos tienen hoy una impor­tancia capital en la delicada y di­fícil tarea de la educación en la fe cristiana y en la transmisión de la fe a las generaciones más jóvenes. Cuando al final de las Confirmaciones felicito a los abuelos y les agradezco haber sido educadores y transmisores de la fe de sus nietos, que han recibido la Confirmación, ellos asienten siempre con satisfacción y alegría. Por distintos motivos los padres no ejercen siempre su responsabilidad de ser los primeros y principales educadores de sus hijos; de hecho, muchos abuelos se han convertido hoy en los verdaderos educadores en la fe de sus nietos. Muchos niños, adolescentes y jóvenes han sido iniciados en la fe y educados en los valores cris­tianos gracias a sus abue­los. Ellos les han enseñado a rezar de pequeños, les han hablado de Dios, les han acercado a Jesús, a su Evangelio y a la Iglesia, y les han enseñando con su palabra y ejemplo a vivir como cristianos.

Queridos abuelos: ¡Qué importante es vues­tra tarea! Valoradla y tratad de seguir respondiendo con gene­rosidad a lo que el Señor os en­comienda. El Señor cuenta con voso­tros. La Iglesia os lo agradece sinceramente. Y vuestros nietos os recordarán muchas veces en su vida y os agradecerán lo que hacéis por ellos.