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viernes, 29 de marzo de 2024 | Última actualización: 10:45

La Cuaresma, tiempo especial de la Misericordia

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Casimiro López. Obispo de la Diócesis Segorbe-Castellón.

Con el rito de la imposición de la ceniza el próximo miércoles iniciaremos el tiempo de la Cuaresma. El papa Francisco nos pide que "la Cuaresma de este Año Jubilar -de la Misericordia- sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios" (MV 17) y nos invita a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa 24 horas para el Señor escuchando y meditando la Palabra de Dios sobre la misericordia de Dios. Ésta es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio.

La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir las obras de misericordia corporales y espirituales (Mensaje para la Cuaresma 2016, 1 y 3).

La Cuaresma es, en efecto, un tiempo de gracia y de salvación, un tiempo propicio para anunciar y contemplar, para experimentar personalmente la misericordia de Dios, y para vivir la misericordia personal y comunitariamente. De ahí la llamada a la oración, el ayuno y las obras de caridad en el tiempo cuaresmal.

El anuncio frecuente, la escucha orante y la contemplación meditativa de la Palabra de Dios nos llevará a descubrir y redescubrir y así a profundizar en el misterio de Dios, que es Misericordia. El Profeta Joel nos dice: “Convertíos a mí de todo corazón” (2, 12). Convertirse es volver la mirada y el corazón a Dios con ánimo firme y sincero. Para ello y antes de nada es preciso escuchar la voz de Dios (Sal 94, 8), descubrirle en su bondad y su amor misericordioso para con Israel, su pueblo elegido; Dios se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral.

El amor compasivo y misericordioso de Dios lo vemos sobre todo en su Hijo, Jesucristo, que es la misericordia encarnada de Dios: con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela a Dios que es misericordia. La persona misma de Jesús es un amor que se dona y ofrece gratuitamente por amor a toda la humanidad; los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia los pobres, excluidos, enfermos y sufrientes son muestra de la compasión y de la misericordia.

Dios, que nos ha pensado desde siempre y nos ha creado por amor y para la Vida en plenitud, sale a nuestro encuentro y nos indica el camino para alcanzar nuestro verdadero ser, nuestra plenitud y salvación. Con amor paciente y tierno nos indica como a hijos y amigos suyos cuál es el camino; Él nos quiere llevar a la comunión de vida consigo y con los demás. Si somos sinceros con nosotros mismos, reconoceremos que, por acción o por omisión, nos hemos alejado de Él, de su amor y de sus caminos hacia la Vida, que son los Mandamientos; si somos veraces reconoceremos que hemos rechazado su amor y su vida con nuestros pecados, si somos humildes reconoceremos que estamos necesitamos de su perdón y reconciliación.

Así la contemplación de su misericordia nos llevará al arrepentimiento y acogerla, celebrarla y experimentarla personalmente. Él nos espera y nos acoge en el sacramento de la Confesión para perdonar y olvidar nuestros pecados. Su misericordia va incluso más allá del perdón de los pecados; su misericordia se transforma en esta Año Jubilar en indulgencia que, a través de la Iglesia, alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo del pecado; lo capacita así para obrar con caridad, para crecer en el amor y no recaer en el pecado; Dios cura nuestras heridas, Dios sana las huellas negativas que los pecados dejan en nuestros comportamientos y pensamientos, que nos empujan al pecado; la misericordia transforma así nuestros corazones para poder ser misericordiosos como el Padre en las obras de misericordia corporales y espirituales.

Por la dureza de nuestro corazón puede que opongamos resistencia a Dios, que nos cerremos a Él, a su voz y su misericordia. Dejémonos evangelizar en esta Cuaresma escuchando, meditando, experimentando y viviendo el Evangelio de la misericordia.