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viernes, 29 de marzo de 2024 | Última actualización: 12:29

Bautizados y enviados: Iglesia en misión

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Casimiro López. Obispo de Segorbe-Castellón.

Nos disponemos a celebrar y vivir con alegría este mes de octubre un mes misionero extraordinario en toda la Iglesia. Ha sido convocado por el Papa Francisco para preparar la conmemoración de los 100 años de la Carta Apostólica Maximum Illud del papa Benedicto XV, publicada el 30 de noviembre de 1919; con ella, el Papa quiso dar un nuevo impulso al compromiso misionero de anunciar el Evangelio en todo el mundo, recién terminada la I Guerra Mundial. “La Iglesia de Dios es católica y propia de todos los pueblos y naciones” escribió; ante el desastre de la guerra, el Papa exhortaba a la misión; a la vez, rechazaba cualquier forma de búsqueda de un interés ajeno a la misma, ya que su única razón está sólo en el anuncio y la caridad del Señor Jesús, que se difunden con la santidad de vida y las buenas obras. “Quien predica a Dios, sea hombre de Dios”, exhortaba Benedicto XV.

Aprovechando esta circunstancia, el papa Francisco nos invita a todos los bautizados a orar y reflexionar sobre la missio ad gentes, es decir, sobre la misión que Jesús nos ha encomendado a todos los cristianos de todos los tiempos. Como antaño, Jesús nos dice hoy: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). El Señor nos llama aquí y ahora a anunciar el Evangelio a todos los que aún no conocen a Cristo; y esto vale no sólo para continentes lejanos, sino también aquí, en nuestra tierra, en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia.

Esta misión de Jesús es lo que nos identifica como cristianos, como comunidades cristianas y como Iglesia diocesana. En palabras de san Pablo VI: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (EN 14).

Este mes misionero extraordinario es un momento de gracia para “despertar aún más la conciencia misionera de la missio ad gentes y retomar con un nuevo impulso la transformación misionera de la vida y de la pastoral… para que todos los fieles lleven en su corazón el anuncio del Evangelio y la conversión misionera y evangelizadora de las propias comunidades; para que crezca el amor por la misión, que es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” (Francisco).

Ahora bien, si queremos que nuestra Iglesia en sus comunidades eclesiales y en sus fieles sean evangelizadores, si queremos recuperar o avivar el frescor, el impulso y la fuerza para anunciar el Evangelio, tenemos permanentemente la necesidad de dejarnos evangelizar y de convertirnos a Cristo y al Evangelio (cf. EN 14). En nuestro Plan de Pastoral venimos insistiendo año tras año en la necesidad de trabajar para que nuestras parroquias se conviertan en verdaderas comunidades cristianas, que se dejen evangelizar para sean evangelizadoras. Necesitamos comunidades de discípulos misioneros del Señor; es decir, en comunidades vivas desde el Señor y misioneras hacia adentro y hacia fuera para ofrecer a todos al encuentro transformador y salvador con Cristo Jesús.

El Señor nos llama a través de la Iglesia y del papa Francisco a una conversión personal, comunitaria y pastoral al Señor para ser una Iglesia ‘en salida’ con la alegría de sabernos amados por Dios, acompañados por el Señor resucitado y por su gracia, y alentados por la fuerza del Espíritu Santo. La misión es ante todo ofrecer el encuentro transformador y salvador con Jesucristo, mediante el primer anuncio y mediante el testimonio de vida haciendo a los otros partícipes de nuestro encuentro personal con Él. Por ello es tan necesaria la santidad de la vida, una unión cada vez más fuerte con Cristo y una implicación más convencida y alegre en su pasión de anunciar el Evangelio a todos, amando y siendo misericordioso con todos.

Que este mes misionero extraordinario sea un tiempo de gracia en que intensifiquemos de manera especial la oración -alma de toda misión-, el anuncio del Evangelio, la reflexión bíblica y teológica sobre la misión, las obras de caridad cristiana y las acciones concretas de colaboración y de solidaridad con otras Iglesias, de modo que se avive entre nosotros el entusiasmo y la alegría por la misión.